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Opinión

  • Los entrenadores nos llevamos a casa nuestros propios trofeos personales. Recordamos haber logrado victorias, títulos, ascensos, ... o haber dirigido a este o a aquel jugador. A unos los valoramos por su calidad técnica, por su distinción futbolística o su talento; a otros por lo que transmitieron al grupo, a sus compañeros y a los aficionados. Yeray López, el capitán de la UD Vecindario, nos deja ambas cosas. Presumiré de haberle dirigido, de haber sentido su compromiso cada día con el equipo, de ser el primero en llegar a trabajar a pesar de las dificultades económicas del club. Yeray es un líder que deja una huella en los equipos donde ha militado.

    En el último encuentro de la Liga le pediré la camiseta porque ese será un trofeo personal. Lo haré sintiéndome orgulloso de haber comprobado lo que ha significado para la entidad; le recordaré por sus jugadas, por la manera en que se cuidaba para ser futbolista, cómo amaba este deporte y con qué profesionalidad lo disfrutaba y hacía disfrutar a sus compañeros. La camiseta de Yeray estará junto a otras como las de Rubén, Ojeda, Sívori o Cubillo, cada una con su propia personalidad en el paso deportivo en que coincidimos.

    La gente como nuestro capitán del Vecindario nunca se va del fútbol, siempre estará enredado por él porque esos valores no se pierden. Él ha sido parte activa de que el club tenga futuro y alivie su presente en un año que ha sido complicado para todos. Cuando conoces a personas así te das cuenta que, desde el punto de vista de un entrenador, no siempre el resultado es lo que queda. También las personas son imborrables.