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Opinión

  • El fútbol español, el deporte en general, rinde un homenaje póstumo este 29 de septiembre a José Merino González. Lo hace en muchas dimensiones y en justicia, porque se ha ido sin hacer ruido un hombre del deporte y a la vez un enamorado deportista. La noticia ha sensibilizado a todos los que le conocieron, dentro y fuera de la isla, dentro y fuera también de su última empresa, la UD Las Palmas, a la que ayudó en un largo viaje desde la Segunda B hasta la Primera División. Ese es el lugar donde este día ambos se han despedido. Merino, con su carácter y sus cosas, pero con su pulcritud administrativa y sentido de la responsabilidad, nos deja con un espacio bien definido en la historia reciente del club.

    Su primera huella en el deporte, no obstante, fue el arbitraje. Ese mundo tan complejo que él conoció hasta sus vísceras, mantendrá una deuda con un hombre leal al deporte y a la justicia deportiva. Merino nunca lo hizo público, pero sus cercanos saben que uno de los mejores colegiados de aquellos años finales de los setenta, ochenta y principios de los noventa no completó todos sus ochomiles. Se quedó en tres ocasiones de ser el mejor de su gremio, al menos de acuerdo a los premios de su colectivo, y se quedó a las puertas de la internacionalidad. Ese último dato le animó en 1994 a dejar el silbato y a coger por anticipado las herramientas de ayuda a la UD Las Palmas, pasando de un plano al otro.

    El mundo arbitral le debe esa a Pepe Merino, y no se podrá compensar. Ya había pasado antes con el antecesor grancanario en el mundo del arbitraje como fue Santana Páez, que por idéntico motivo cayó en el desánimo para seguir. Ambos hicieron muchísimo para el arbitraje, especialmente en Canarias, pero en el régimen de la meritocracia de aquella época no llegó a completar el último paso, porque no se lo concedieron.

    En aquellos tiempos, el Rubio -como le conocían entre sus colegas- era una de las referencias del deporte de Gran Canaria. Los aficionados estaban atentos cada fin de semana a la Unión Deportiva Las Palmas, a los partidos del Canteras de balonmano o el Escaleritas, más tarde a los del basket a través del Claret ... y en cada jornada había interés en conocer lo que hacía Merino González en los grandes partidos que dirigía. Era un orgullo saber de él, de sus actuaciones y de su prestigio nacional que, curiosamente el gremio que más tarde le brindó otro tipo de homenaje, no supo lustrar como merecía a un hombre que no concebía su vida sin enfundarse el ropaje de juez deportivo, el que siempre le acompañará.

    Merino González, en una foto de época del diario Sport.

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