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Opinión

  • No osaremos a señalar a Bikandi como responsable de un marcador o influyente en él. El 0-3 en el Gran Canaria del Atlético es exagerado, pero refleja la distancia que existe entre la UD Las Palmas y el actual líder de la clasificación. Distancia referida a contundencia, a oficio y a luces de ganador.

    Pero se hace más duro el camino para un modesto con arbitrajes como el firmado por el colegiado vasco. En la primera acción del partido, codazo de Griezmann a Viera, que escapaba por la banda. No hubo más que una falta, sin mayor daño al autor de la infracción. Y ya con ese listón, vía libre para todo lo demás que lo explica la estadística del partido: el equipo de toque (6 faltas), el que cortaba iniciativas y mejor defensor de la Liga (21). Hubo agresión incluso a Willian, cuando el brasileño incordiaba con su fútbol incómodo para los centrales atléticos. Y, además, varias jugadas polémicas en el área que no merecieron castigo.

    Bikandi dejó en mal lugar a su compañero Del Cerro Grande, el hombre del penalti a los 15 minutos por manos involuntarias de David García. Aquello ocurrió en San Mamés y ya entonces se observó que el madrileño sacó el otro reglamento, el de tapa dura, para castigar de manera inflexible a los amarillos, cuando nada había ocurrido ante el Athletic que recibió el premio de un lanzamiento desde los once metros.

    El peaje que ha de pagar el equipo que llega a esta Primera División -mejor que regresa- es soportar este desequilibrio en el trato arbitral. A la postre son puntos menos que están en la clasificación y que no aparecen en las cuentas. No es una observación aislada; la comparte Setién que mide mejor sus palabras para hablar de estas cosas. Que Las Palmas sea un equipo de trato cariñoso con el reglamento y que el mismísmo líder multiplique por cuatro el número de faltas también habla de los condicionantes fuera de control que, llegado el caso, ponen en juego el trabajo de toda una temporada. Contra ello, sólo queda protestar o rezar.

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