TEODORA HERNÁNDEZ

El balonmano adora a Dora
Manuel Borrego
Manuel Borrego
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18/06/2024
Dora Hernández instruye a sus discípulas en el Pabellón de Tamaraceite (C. Torres)

Se alistó en el deporte en 1966 como portera de su empresa Tirma, participando posteriormente en un equipo que hizo historia en Gran Canaria. Seis décadas después se mantiene en una cancha 20 x 40 enseñando como entrenadora de cantera

Fotos: C. Torres / Archivo personal Dora Hernández

 

No imaginaba Dora Hernández en 1966, cuando con 19 años de edad hizo su primera inmersión en el deporte, que iba a quedar enlazada de por vida al balonmano. 58 años después las dimensiones en las que desenvuelve parte de su actividad diaria se localizan en un rectángulo 20 metros por 40, las que había conocido en Santa Catalina, Eliseo Ojeda, Obispo Frías, San Román … y ahora en el pabellón de Tamaraceite. Esa fue la única actividad deportiva en la que su trayectoria viajó como portera hasta 1985 y, desde entonces, como entrenadora auxiliar.

 

La vida de Teodora Hernández Umpiérrez (Las Palmas de Gran Canaria, 26 de noviembre de 1947) no tiene un minuto para el cajón de los retales. Era la tercera hija de una familia numerosa como las de antaño. “Mi madre Dolores murió siendo yo muy niña, cuando tenía 8 años”, recuerda a Tintaamarilla.es con inevitable nostalgia. “Y mi padre decidió distribuir a sus seis hijos de entonces, porque por trabajo no podía atender todo. Tres de mis hermanos se quedaron en Gran Canaria con una tía. Y otros tres, entre los que yo me encontraba, fuimos a vivir a Gran Tarajal con mis abuelos. Parte de mi infancia la saboreé en aquella playa”.

 

Gran Tarajal, la playa, los tomates y el chinchorro
 

La familia de Dora crecería posteriormente porque, en segundas nupcias, su padre incrementó la descendencia en siete hijos más. “Llegamos a ser trece hermanos en la familia. Y es curioso que entre el mayor y la más pequeña (Ángel y Desiré) hay casi cincuenta años de diferencia”, precisa Dora cuya mente procesa con exactitud una colección de datos y hechos.

 


En aquellos años infantiles Dora Hernández desconocía el deporte. “En los años cincuenta del siglo pasado, Gran Tarajal era un pueblo con tres casas y una playa. Mi abuelo era de Antigua y mi abuela, de Tiscamanita. Los niños íbamos a la escuela durante seis meses y en los otros seis participábamos en la zafra del tomate. Esa fue mi vida. Y la playa, aunque nunca aprendí a nadar. Ni siquiera ahora”.

 

“Puedo decir que durante aquellos años en Fuerteventura, pese a tener pocas cosas, fui feliz. Había muchos niños en la escuela de Gran Tarajal; calculo que unos cien. Venían de todas partes, desde lejos, a pie por los caminos o en burros porque no teníamos otros recursos. Todos estábamos siempre con una sonrisa, disfrutando de la vida y de la Naturaleza. No teníamos otra cosa que aquella playa … y yo no conocí entonces lo que era el deporte”, explica. “Mi abuela me decía: Vete a la playa, que están sacando el chinchorro -red artesanal de arrastre en la orilla-. A ver si traes algunos pescados. Y eso hacía. Fueron momentos increíbles que no he olvidado”.

 

Tampoco olvida especialmente Dora Hernández la crudeza de la travesía marítima, que se realizaba “en correíllo. La embarcación se movía sin cesar y, encima, había un fuerte olor a combustible que aún hoy lo tengo pegado a la nariz. Yo me agarraba fuerte, agachadita, aguantando el mareo. El barco tampoco tocaba tierra al llegar para descargar al pasaje, porque ni había muelle. Venían a buscarnos en una embarcación pequeña, que el mar meneaba como quería. Nos agarrábamos de la mano de los hombres encargados en recogernos y dábamos un salto de un barco a otro. Así era el viaje tan duro entre islas en aquellos tiempos”.


 

“Dora: coge un balón y a la portería”
 

A su regreso a la capital grancanaria ya en la juventud, la vida siguió para Dora. Y fruto del azar arribó al mundo del balonmano de una forma insospechada. “Residíamos en la calle Bogotá de Guanarteme y, a través de la mediación de un señor conocido de la familia, conseguí un trabajo en Tirma. La empresa tenía en aquellos días más de 200 empleados. Y con ellos se habían formado un grupo de teatro y equipos de distintas modalidades, porque en la capital se disputaban competiciones empresariales. Me invitaron a participar y comprobé que era una tronca en baloncesto y voleibol. Entonces vino Leoncio Castellano y me dijo: Dora: coge una pelota que tú serás nuestra portera. Y así fue cómo de repente me vi bajo unos palos en un equipo deportivo de balonmano”.

 

Ese Leoncio es el mismo que dirigió a los grandes equipos del balonmano masculino grancanario, que había sido jugador de este deporte y que fue un gran impulsor de la actividad física en la isla. De hecho, el pabellón de Tamaraceite donde nos encontramos con Dora lleva su nombre. La intuición técnica de Castellano había descubierto a Dora, coincidiendo en un equipo con jugadoras que iban a representar a la empresa a nivel competitivo: “Clorinda, Rosi, Celia, Tini, Gladys, … me acuerdo de todas. En aquellos años se estaban poniendo en marcha las competiciones a nivel federativo, de una forma más ordenada. Y así el Tirma fue mi primer equipo”.

 

Nordelo, un loco maravilloso
 

Por dos enfados personales, “de los que me arrepentí”, Dora militó una temporada en el Pepsi Sansofé y otra en el Santa Cruz. “Hasta Tenerife me llevó Fernando Sánchez, el entrenador. Desde el primer día me di cuenta de que había cometido un error. Seguía trabajando en Tirma mientras jugaba en Tenerife y entrenaba con mis compañeras de la Agrupación Deportiva Gran Canaria durante el resto de la semana. Era como si nunca me hubiese ido”. Ese equipo, ya con José Antonio Rodríguez Nordelo, fue el que marcó definitivamente su expediente como jugadora de balonmano y el que le enseñó el definitivo sendero de su vida.

 

Dora fue la capitana del AD Gran Canaria desde sus inicios, “y la más veterana. Nordelo procedía del fútbol femenino, como entrenador del Rocar. Era un loco maravilloso. Tenía un espíritu ganador que imprimió al equipo de balonmano cuando sustituyó en el cargo a Leoncio. El Gran Canaria lo era todo para él; mañana, tarde, noche, tareas, negociaciones, … todo. Y no recuerdo que recibiera ayudas como ocurre en el deporte de hoy en nuestra isla. Aquel equipo era una apuesta personal que llevó muy lejos”.

 

El ascenso y siete penaltis parados
 

La confianza de Rodríguez Nordelo en Dora era también extrema. Fue petición suya al técnico Leoncio Castellano la inclusión de la jugadora en el equipo fundacional en 1972. Y allí permaneció hasta su retirada en activo en 1985. “Sin duda el mejor momento de todos fue el ascenso a la máxima categoría en 1976. Teníamos un equipazo con Loli Domínguez, mi compañera en la portería, Leticia Jiménez, Lourdes, Isabel La Chicharrera, Menci Quintana, Sari Nieves, Mari la Rubia, Nanda Suárez, Mari Carmen, Celia Reyes, … Grandes amigas y jugadoras”.

 

“Sin embargo”, precisa, “no confiaban en nosotras. Nos fuimos a la fase de ascenso (1976) que se jugó en Málaga y logramos clasificarnos para el último partido, frente al equipo anfitrión. La cancha estaba a tope y parecía que todo estaba perdido al descanso, porque íbamos por detrás en el marcador con 7 goles de diferencia. Aquello era una fiesta del equipo andaluz, con Juan de Dios Román observándonos en las gradas. Al final remontamos, logramos ganar con 5 goles de ventaja. Y yo aquel día paré 7 penaltis. Fue mi partido perfecto”.

 

Y luego nos abandonaron
 

No se percataron las jugadoras del Gran Canaria de la trascendencia de lo que habían conseguido hasta llegar a la isla. “Aquí sí que lo disfrutamos de verdad”. Se habían convertido en integrantes del primer conjunto de Canarias en alcanzar una máxima categoría de balonmano femenino. Ocurría tres años después del histórico ascenso del Canteras UD, en Cádiz durante julio de 1973. “Ese primer ascenso nuestro es para mí un tesoro, mi mejor recuerdo deportivo. La gente se enganchó al balonmano femenino y el equipo tuvo muy buenas temporadas en la máxima categoría”, con Dora en la capitanía.

 

Pero el viaje se interrumpió en 1985. “El momento más triste, en cambio, fue la manera en la que perdimos la categoría. Fue una decepción muy grande. Sentí que no apreciaron lo que había hecho un equipo que no era profesional, que estaba representando muy bien a Gran Canaria. Porque tengo que aclarar que nunca, nunca, cobré un duro por jugar al balonmano ni por entrenar. Al igual que mis compañeras”.

 

Los apuros de Nordelo, que lo era todo para el club, no encontraron un respaldo en la sociedad isleña. "Aquel año acabamos por no poder asistir a dos partidos, por problemas económicos, y la Federación nos descalificó por incomparecencias. Descendimos porque creo sencillamente que nos abandonaron. Me enfadé muchísimo”.

 

Y entonces, los banquillos
 

Para localizar su futuro de Dora solo tendría que recorrer unos metros, como hacía cuando era sustituida por una compañera en los partidos: De la portería a los banquillos. La sabiduría y la experiencia de Hernández iban más allá de lo puramente técnico. Su generoso carácter y la vocación de ayuda a los demás se colocaron al lado del propio Nordelo, para empezar de cero un nuevo proyecto con las niñas de la cadena formativa. “Nunca pretendía ser primera entrenadora de un equipo, aunque a veces ha ocurrido. Me gusta ayudar al técnico, ser una parte más del entramado. Porque logré algo que todavía hoy ocurre: Todos y todas me respetan, escuchan lo que les digo. Y aprenden las normas del deporte y de la vida. Ayudarles es la mayor satisfacción personal que me he llevado en todos estos años”.

 

Rodríguez Nordelo fue de nuevo su jefe, esta vez en la instrucción. El segundo ascenso lo saboreó así. Todo parecía haberse reubicado hasta que la salud del técnico comenzó a deteriorarse y el deporte dejó de ocupar sus horas del día. “Lo que Nordelo ha hecho por el deporte de Gran Canaria nunca se lo han reconocido como merecía. Todas las chicas que lo conocimos pudimos agradecérselo en un homenaje. Él se partió a llorar aquel día y nosotras también”.


Apareció Chicho Calero
 

Su labor no había acabado con la desaparición del alma mater del Gran Canaria. A Chicho Calero, otrora pieza emblemática como jugador del Canteras UD, le picó el gusanillo del banquillo y, ¡cómo no!, reclutó a Dora para los distintos proyectos en los que ha estado inmerso: Somar durante una década y Romade, hasta la actualidad. “Y durante un año en el Calvo Sotelo, con Molina”, precisa Dora con su dardo en la diana de la memoria.

 

“Chicho es ahora ese otro loco al que yo estoy ayudando. Nos compenetramos muy bien. Estamos muy orgullosos de haber ayudado a chicas a progresar en este deporte y hacerse un nombre en él. Hay muchas, podría nombrar y no acabamos. Entre ellas, por ejemplo, Sayna Mbengue, a la que inicié en la etapa de benjamín. Ya se veía que sería una gran jugadora”.

 

En ese archivo personal, considera Dora que “la mejor jugadora que conocí fue Ana María Nuez. Es una opinión que comparten muchas personas. ¿Por qué?. Porque lo dominaba todo desde su posición de central. Técnicamente era brillante, sabía canalizar el juego y siempre tenía el mejor pase para sus compañeras. Daba al equipo una autoridad psicológica en los partidos. Cuando ella estaba el campo, el peso del juego se situaba en cada uno de sus movimientos con el balón. No hubo otra igual por aquí”.

 

Cuando afirma Dora Hernández que nunca recibió una compensación económica por el deporte, asocia el dato a sus recursos profesionales reales. “Fui empleada de Tirma durante 45 años hasta mi jubilación. Así de sencillo. El deporte era la otra parte de mi vida y fue la más importante. Y nunca esperé una compensación por practicarlo o entrenar a nuevos chicos y chicas. He vivido muchas cosas y todavía lo sigo disfrutando”.

 

Lo tiene claro la incansable Dora, a la que han conocido centenas de niños en edad formativa: “Seguiré en el balonmano hasta que el cuerpo aguante”. Si no lo es ya, su labor va camino de Guinness en Canarias.

Si Hernández tuviera que buscar un título para su autobiografía, ese sería “Un mundo sin enemigos”. Porque todos adoran a Dora.

 

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