Por Manuel Borrego
No podríamos permitir que pase de puntillas el hecho de mayor relieve de cuanto ocurrió en La Presa: Joan Lajo se retiró a su banquillo, tras ser eliminado, escuchando una emotiva ovación de los aficionados del CL Adargoma por su entrega ante el puntal A de Gran Canaria, Juan Espino Trota. En el lado opuesto del terrero, los fieles de Valsequillo hicieron lo mismo en dos ocasiones durante otra luchada memorable de la Primera insular, sin embargo empañada de manera interesada. Porque el propio Trota y un extraordinario Yeray Mayor, que dejó atrás a cuatro destacados del conjunto rival, certificaban el triunfo de tetracampeón de la pasada campaña en un encuentro de poder a poder.
Dirigir exclusivamente la atención a los colegiados es una irresponsabilidad, más en un deporte de tan limitados recursos tecnológicos (los mismos que el pasado siglo) y tantas apreciaciones subjetivas. Además de que se pone peligrosamente en riesgo la integridad física de los jueces deportivos y del propio espectáculo. Hacerlo de forma reiterada puede traducirse en graves consecuencias, como ha podido pasar este viernes donde por momentos la mejor luchada del calendario estuvo al borde de un abismo. El juicio de todas las personas que acudan a un terrero siempre tendrá matices ajenos a la absoluta objetividad, porque cada uno ve lo que su mente traduce. El recinto descubierto de La Presa, además, presenta algunas curiosas características que no se dan en otras plazas luchísticas. Es el que mayores dimensiones tiene su diámetro y en noche oscura, sin luna, después de las 21.00 horas de invierno, dos bregadores se encuentran en una zona del terrero donde existe penumbra por renuncia expresa del club anfitrión. Los focos más potentes de la instalación, que iluminan con mediana claridad el recinto de brega, no se utilizan salvo en contadas actuaciones.
Aún así y después de una oleada de protestas, los aficionados del lado derecho de La Presa vieron algo diferente a lo que enjuició Héctor León, el colegiado que se arrojó al suelo a un metro escaso de Trota y Lajo. El banquillo del Adargoma, el más alejado de la zona, protestó casi al completo, también sus aficionados y uno de ellos -por cierto necesitaba lentes al igual que quien les escribe- lo tuvo tan claro que abandonó su asiento, corrió casi veinte metros en la oscuridad para hacer su reclamación cara a cara con el colegiado. Sin duda, fue la respuesta al estímulo de un hastío ¿inducido?. Y menos mal que sólo pudo llegar hasta ahí. ¿Pudo haberse equivocado el colegiado en su decisión?. Si fue así, ocurre en todos los terreros y en todas las canchas deportivas de distintas disciplinas. De lo que estamos seguros es que las imágenes de la que disponemos nada demuestran y que estas dudas suelen ocurrir en abundancia en luchadas similares, especialmente cuando un magnífico bregador adargomista como Miguel Hernández realiza sus maniobras a ras de suelo y el efecto óptico puede parecer que apoya en la arena cualquiera de sus miembros, como tantas veces ha ocurrido. Pero hasta ahora, del lado izquierdo del graderío nadie ha corrido hacia el árbitro en fechas recientes.
En Tinta Amarilla no cuestionamos la limpieza de la victoria del Almogarén esta semana, como tampoco la de hace apenas diez días del Gáldar. Pero no comprendemos con exactitud cómo a Héctor León le llovía desde hacía varias agarradas una andanada de protestas, una tras otra, decisión por decisión (nos llamó poderosamente la atención que se sumara a ella el mismo juvenil invidente Javier Lorenzo); hasta que, por desgracia, pudo estallar una tormenta. Esta vez queda sólo en aguacero.
Un final para el regocijo
Javi Monzón, mandador-luchador del Adargoma, inmortalizó este día con los hermanos Mayor (Agustín, Raúl y Yeray) y Juan Espino Trota. La escena final de la luchada, como suele ocurrir, rescata la nobleza de los deportistas ajenos a los acontecimientos vividos. (C. Torres)