A Javier Pérez le tocó vivir en 1995 uno de los episodios más lesivos del fútbol tinerfeño. Su propia afición, al concluir la eliminatoria de Copa resuelta en la tanda de penalties, fue la que recriminó en el palco del Heliodoro con una dureza extrema. Los hombres de Paco Castellano resurgían desde la Segunda División B para apear al mejor Tenerife de la historia y causar un auténtico seísmo en el club blanquiazul, condenando a su presidente (y de camino al chileno Cantattore) por unas manisfestaciones inoportunas sobre sus deseos perversos en el derbi. Miguel Concepción, 16 años después, terminó en el Estadio de Gran Canaria su particular calvario. Sentado junto a su amigo Miguel Ángel Ramírez, el centro de la atención de la hinchada amarilla se dirigió hacia el presidente blanquiazul. Sereno, escuchó el "campeones, campeones" irónico, también el esperado "Tenerife es de Segunda B", que es una bola devuelta desde campo contrario o el esperado "canta y no llores". Todo tipo de charangas y ataúdes simbólicos del CD Tenerife, respuesta de los que se han presenciado en anteriores visitas grancanarias al recinto santacrucero, tuvieron su propia pasarela ante el palco del templo amarillo donde, nutrido por una clase política que tenía hambre de fútbol y morbo, asistió a hacerle compañía al club blanquiazul en el inicio de su destierro.
Fue una fiesta en toda regla de la afición de la UD Las Palmas, con una centenaria representación de previsibles radicales blanquiazules controlados de manera exhaustiva. No hubo pasillo y sí se vivió un ambiente que es común al de todos los derbis, aunque en esta oportunidad el incentivo lo había puesto la clasificación decadente de uno de los conjuntos llamados a ser candidatos al ascenso, pues no se ha de olvidar que sólo un año atrás aún estaba peleando su suerte en la Liga de las Estrellas. Pero el fútbol tiene estos atajos tan imprevisibles. La UD Las Palmas no pasará, sin embargo, a la historia como el verdugo del CD Tenerife. Éste vino a Gran Canaria ofreciendo una imagen con signos de lamentos y, aún tocado por la epidemia de lesiones sufrida en los últimos días, perdió en 20 minutos por idénticas circunstancias a Pablo Sicilia y Omar. Pero el Tenerife fue un equipo con orgullo que peleó por su mínima derrota con todo tipo de honores. Los chicos de su cantera fueron esta vez los que dieron una lección a los presuntos desertores de una causa que encontró pasillos. Los Germán, Abel, Bruno y Jesús pusieron un entusiasmo que dignifica el escudo que portaban en su pecho. Otra cosa es el juego, pero dejaron ver que se puede contar con ellos aunque sea demasiado tarde. O demasiado pronto.
A Las Palmas le faltó intensidad en la pegada. Se recreó en exceso quizá porque tampoco hubo una cuerda tensa durante la semana. Marcó Sergio de penalti (por cierto, señalado en el borde del área el derribo de Ricardo a Javi Guerrero) y toda la plantilla esperó celebrar el tanto de Josico en su adiós, con el segundo lanzamiento que Aragoneses adivinó. Juan Manuel Rodríguez, detallista como siempre, tuvo el acierto de brindarle esos últimos minutos de gloria al manchego y también a Jorge, quien con el tiempo galopando hacia el final inventó un par de pases profundos de su firma. "Me habría gustado tener más cambios para darle la oportunidad a otros jugadores que han peleado muchísimo con nosotros y que merecían también una despedida", dijo el entrenador en alusión, sin duda, a Adrián Pollo, que se quedó en el banquillo sin salir al terreno de juego.
Porque tras la celebración del triunfo vino la despedida más dulce. Jorge y Josico volaron en el centro del campo del recinto de Siete Palmas. Sus compañeros le mantearon y más tarde, tras acudir a las duchas, saltaron de nuevo al terreno de juego a petición de la activa Naciente. Futbolistas y aficionados cantaron juntos el 'Don Pepito' y algunas tonadillas de puño y letra de aquel simpar graderío. Lloró Pindado, el meta que ha causado tantos debates pero que fue aclamado por los incondicionales que comprenden sus valores como veterano y suplente. Y también Guayre fue elevado a hombros de sus compañeros. Uno a uno pudieron irse a casa con la cabeza bien alta. Porque, por lo presenciado en el epílogo del campeonato, la sensación que queda es que la temporada 2010-11 acerca mucho su concepto a la palabra éxito.
M.B.
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