Adrián Déniz fue un presidente que llegó a la UD sin conocimientos de fútbol y también bañado de prejuicios, con un criterio empresarial que trató de optimizar al máximo los recursos que tenía a su disposición
Cuando uno se sentaba a hablar de fútbol con Adrián Déniz comprobaba de inmediato que el presidente de la UD Las Palmas apenas sabía distinguir un fuera de juego de un saque de banda. Aquello prometía. Cuando se le preguntaba por éste o aquel otro jugador acabábamos charlando de música, de las ventas de Sialsa o de las fiestas de los papagüevos de antaño. Desviaba con astucia la atención porque en realidad lo suyo era gestionar por mandato institucional. Adrián Déniz era, sin embargo, el pegamento del proyecto de un club que había alcanzado el grado de desesperación después de tres años en el ojo de los huracanes de la Segunda División A. Cada vez que se mencionaba en Pío XII la palabra liguilla de ascenso, los rostros se transformaban recordando a Hércules, Alavés o Salamanca. Pero no al sempiterno sonriente presidente, que desprendía con soltura la presión contando chistes malos pero con un profundo sentido. Hábil, inteligente, sutil, ... no fue un presidente cualquiera porque jugó con ventaja: no tenía prejuicios porque todo aquella selva era nueva para él.
El papel de Adrián Déniz podría parecer irrelevante en este ascenso tan multitudinario que este miércoles cumple su décimoquinto aniversario. Venía precedido como hombre ligado al baloncesto por un sentido patriótico, a través del Sandra (¡cómo no!), pero fue capaz de inyectar en la desesperada UD Las Palmas de aquella temporada ciertas dosis de serenidad, de una profunda sabiduría ajena a la pasión. Y aunque daba la impresión que sus consultas iban remitidas a las alturas, eran resueltas al estilo de Déniz, hombre de fácil inclinación hacia los débiles. No estaba allí para esconder el polvo bajo las alfombras. Lo que consiguió, sin embargo, fue entregarle a aquel proyecto un pellizco de sensatez. El sentido de austero gestor de empresas y de hombre de diálogo siempre abierto hizo que Déniz también aplicara estos criterios en Pío XII, tratando de optimizar los recursos conocidos y los que podrían mejorar aquel equipillo que había empezado con buen andar por la popularidad de Pacuco Rosales y su entonces fiel escudero Juan Manuel Rodríguez. El acto de presentación de la campaña fue una muestra de apoyo, porque la afición demostró que la nave estaría empujada con un gran aliento en los graderíos. Cinco mil personas acudieron al Estadio Insular para ver iniciar el último tramo de la travesía desértica en Segunda B. Eso ocurrió el día que simplemente se subió el telón para un par de carreritas y escuchar la eterna promesa de ascenso.
Sin embargo aquella semilla era buena. Y la confección de la plantilla, aún con las dificultades que podría entrañar tan diversa composición de sus integrantes, generó los dividendos deportivos que se esperaban. En torno a Pacuco se mantuvo una columna vertebral isleña con expertos futbolistas como Manolo López, Paquito, Víctor, Orlando Suárez, José Luis Padrón, Eduardo Ramos, Miguel Ángel Valerón o Socorro. Pedían paso también los Santi Lampón, David Martín, Guillermo, Juan Carlos Valerón, Lando y Marcelino. Se conjugó aquel estilo con la fuerza del norte que otorgan los Asier, Eleder y Luis Garmendia, unidos a los polifacéticos Espejo y Ángel Rodríguez: refuerzos de verdad. Santi Calvo esperaba su oportunidad como segundo espada en la portería y en el transcurso de la competición causaron baja Edu García, Julio Engonga y Bodelón relevados por el defensa Toni, el centrocampista Jaume y el ambicioso goleador Chili. Una tras otra cada pieza fue encajando en el puzle (dos por puestos) con las lógicas dificultades que existen para quienes han de ejecutar tan compleja arquitectura. Paso a paso Las Palmas avanzó en la competición, no sin antes pasar incluso Pacuco Rosales sus momentos de dudas, pero el equipo amarillo entró en la recta final con una velocidad de crucero que no pudieron frenar la Cultura Leonesa, el Gimnastic de Tarragona y finalmente el Elche. Un parcial de cinco victorias consecutivas, catorce goles a favor y ninguno en contra colocaron de nuevo a la UD Las Palmas en la Segunda División aquel 22 de junio de 1986.
Se desató una gran manifestación de alegría en todo el océano amarillo y azul, en las islas y en los confines del Planeta. Pero de todas las imágenes que fueron captadas en aquella jornada histórica queda inmortalizada el abrazo sereno, emotivo y tranquilo de Paquito y Eléder, dos de los futbolistas más coherentes que ha tenido ese vestuario en las últimas décadas. Lloraban y en ellos se simbolizaba la fusión de los estilos elegidos para salir del pozo de la Segunda B y también el amor a unos colores a los que fueron fieles hasta que el club decidió relevarles. Ellos también fueron ingredientes de esa sensatez que, por desgracia, fue la primera víctima del éxito. También más tarde el presidente Déniz. La historia posterior se resume con 72 millones de euros de una deuda que aún está saldándose.