Por Manuel Borrego
Vitolo Machín tiene todo para convertirse en un fenómeno dentro de la sociedad grancanaria, más allá incluso de lo deportivo. Se sienta frente a una cámara y lo primero que hacer es sonreír. Acude a los entrenamientos y es capaz de despertar el optimismo de sus compañeros porque parece que nunca existen nubarrones para él. De todo saca una lectura positiva. Días atrás, antes de empezar la Liga, su entrenador Juan Manuel Rodríguez le definió como "la sonrisa del equipo". Hay que fijarse en lo que dice el jugador porque, si bien con el micrófono no es tan hábil como con el balón, sus mensajes tienen un calado muy profundo y aroma a sinceridad. Se le ve feliz y pretende que la luz irradie todo lo que se mueva a su alrededor.
Pero en sus manifestaciones de las últimas semanas hay una frase que ha repetido sin titubeos. Es un mensaje poco habitual entre los profesionales del balón, donde muchas veces domina la ambición individual sobre las aspiraciones colectivas: "Quiero jugar en Primera, pero en Las Palmas". Al escuchar a Vitolo, uno piensa en no pocas intervenciones de futbolistas canarios que, siendo jugadores de la nómina profesional amarilla, sucumbieron a tentáculos alargados desde el exterior. Se quedaron con la mitad del mensaje: "quiero jugar en Primera". Y, en muchos casos, emigraron. Podríamos citar ejemplos, pero dejemos que sea el lector quien agudice la precisión de la memoria ... incluso algunos ahora aspiran a volver al punto de partida, por ejemplo.
El romanticismo convencido de Vitolo es 'rara avis' en el escenario balompédico actual. Pero no por sus palabras, sino por los hechos: la reciente renovación de su contrato hasta 2016, aceptando compartir la realidad económica de su club y los sueños de grandeza de todos, es la prueba que delata su sinceridad. El fútbol está en un proceso de cambio también y la bonanza económica de antaño languidece -las razones de la reciente huelga de los futbolistas es una muestra de ello-. Quizá Vitolo sea la avanzadilla de esa rotación de conceptos donde otra vez un escudo vuelve a tener sentido para quienes lo portan. Si es así, la fortaleza mental de cualquier equipo sería indestructible.