Por Manuel Borrego
Saltan los teletipos este lunes para recordar una fecha que quedó marcada para el deporte mundial: el 7 de noviembre de 1991, veinte años atrás, el mago del baloncesto angelino comunicaba al mundo que era portador del virus del Sida. Erving Johnson se golpeaba contra el suelo, bajaba del escenario de las divinidades para sufrir y hacer sufrir a sus encandilados seguidores. Nunca antes una figura internacional de ese calibre había anunciado que era víctima del más temible mal de la Humanidad de fin de Siglo. Su truco final pudo ser una daga para la esperanza de millones de sus seguidores.
Magic Johnson, como si se tratara de un comunicado de la mismísima presidencia del país, compareció en rueda de prensa para hacerle ver al planeta que nadie podría vivir ajeno a aquella lacra que movilizó a toda la comunidad científica en busca de una solución que, para algunos, llegó demasiado tarde. Apenas unos días después, el 21 de noviembre de ese mismo año, fallecía otro grande, Freddie Mercury, cuando el caballo del virus VIH estaba a pleno galope. Y aún creció el fantasma de un enemigo apolíptico.
Hoy miramos aquella fecha sin dramatismo, con una perspectiva distinta al conocer cómo ese potro está prácticamente domado. Entonces se llegó a decir, cuando Magic reapareció unos meses después en el All Star y oteaba la posibilidad de despedirse en los JJOO de Barcelona, que sus propios compañeros se iban a negar a compartir con él incluso el agua. Era tal la psicosis y el debate que se había generado que hasta se filtraba en público el temor de que el sudor o la saliva fuera un canal de transmisión de aquella temible enfermedad.
Pero el verdadero truco final de Erving Johnson fue su valentía. Desde el primer minuto miró a los ojos a la realidad, la afrontó y veinte años después es el mismo que entonces: embajador del arte y de la esperanza. Aquel día prometió que vencería al enemigo invisible. Lo hizo.