Los seis miembros de la familia Ramírez Perdomo (padre, madre y cuatro hijos) tienen sus raíces en el Adargoma, donde participan como técnico y luchadores del club
En casa de la familia Ramírez Perdomo se desayuna, almuerza y cena lucha canaria. Sus seis miembros acuden a diario al terrero de La Presa, en Pedro Hildalgo, no sólo para ejercitarse sino para instruir, una vocación colectiva que tiene las raíces en el CL Adargoma del que son miembros activos. La culpa de todo ello la tiene papá, Francisco Javier Ramírez Castro (42 años), otrora luchador y ahora director técnico de la escuela y directivo del histórico club. Han seguido sus pasos los cuatro hijos, en sus distintas categorías: Estefanía Ramírez Perdomo (16 años), María José (14 años), Francisco Alejandro (10 años) y Olivia (8 años de edad). La última en incorporarse es la mamá, Raquel Perdomo Peña (37 años), que hasta ahora se le conocía en el deporte de la lucha por su vinculación familiar y por haber colaborado con las federaciones de Gran Canaria, Fuerteventura, Lanzarote y la Regional por su condición de fotógrafa. También asume la secretaría del club. Pero la llamada ancestral pudo con ella y hace unos meses decidió también enfundarse la ropa de brega.
"Conozco a mi marido desde hace 23 años", indica Raquel cuya trayectoria deportiva hasta entonces nada tenía que ver con su nueva actividad. "Yo era jugadora de fútbol sala, delantero, en el equipo Ciudad Alta. Llegué a actuar en la División de Honor. Pero, a través de amigos de pandilla, conocí de joven a Javier y desde entonces he seguido los pasos de la lucha". Fue Estefanía la que animó a su madre a simultanear la fotografía con la competición. "Todo es reciente. La primera vez que luché tiré a tres rivales del Castro Morales femenino. ¿Mi maña preferida?. Me di cuenta que lo más fácil era la cogida de muslo. Y al muslo voy directo. Ahora ya estoy practicando el toque p'atrás".
Los Ramírez Perdomo echan el día en la parcela de La Presa, donde además de prepararse para sus respectivas competiciones han asumido el compromiso de introducir la lucha en los futuros valores adargomistas. Javier Ramírez era judoca "alumno de Antonio Coruña" hasta que, a los 17 años, se enamoró del Adargoma. "Ha sido mi único club. Cuando comencé caía más de lo que tiraba. Utilizaba la pardelera, la cadera, traspie ... fui subcampeón juvenil por pesos" y coincidió con notables luchadores de la época en el club de la capital. "Mi peso máximo fue 120 kilos y pude celebrar victorias personales importantes contra Eloy Guillén, Callejón ... pero la lucha se me acabó a los 31 años". Porque el infortunio se le cruzó en la carretera en un accidente de tráfico.
"Se me iban los ojos al terrero. Camurrita me animaba a que le ayudara a enseñar y desde hace once años, nueve en la dirección de la escuela, asumo esta responsabilidad. Confieso que he aprendido más lucha enseñando que cuando la practicaba". Medio centenar de niños esperan sus instrucciones cada temporada y, además, Javier coordina la actividad luchística en nueve colegios de la zona de influencia del Adargoma. "Beneharo Hernández, Miguel El Majorero, Humberto Vera, Cristo Izquier, Javier Lorenzo, Norberto Rivero, ... todos salieron de aquí y vienen en camino buenos estilistas. Por fortuna el Adargoma es un club que fomenta este deporte de verdad, con una cantera muy productiva" entre la que se encuentran sus propios hijos.
"¿Las vacaciones?", culmina Raquel. "Nosotros nos vamos a la Playa de La Laja y en su arena practicamos la lucha. Eso es lo que nos gusta de verdad".
LA OTRA CANTERA
El recuento de familiares de los Ramírez Perdomo vinculados a la lucha no queda sólo en los miembros directos de la saga. Hay que añadir a Emilín II, Javi Monzón y el mandador Chiquitín, primos de papá; a sus sobrinos Cristo Uche, Aníbal Perdomo y Mykel Perdomo; a los primos de Raquel Daniel Perdomo, Cristo Izquier y Francisco Izquier, y al también primo de la madre David Izquier.
Una familia que da ejemplo, como las de antaño.
Manuel Borrego
La familia Ramírez Perdomo, en el terrero de La Presa, su hogar (C. Torres)