"Todos los futbolistas de aquella UD dejaron una estela: la de Gilberto queda marcada por la eficacia y la solidaridad"
Justo Gilberto no respondía al modelo estético que el marketing actual obliga en los futbolistas de diseño, los que están sumergidos en la élite. La elegancia, aseguran muchos de sus compañeros, iba por dentro, en su carácter colaboracionista. Venía de ilustrarse en el único Tenerife de Primera División y se aferró al pico y la pala en la mejor UD Las Palmas de la historia. Gilberto parecía correr más que otros en el terreno de juego; impetuoso, pisando fuerte en una Unión Deportiva que gozaba de jerarquía en el fútbol nacional y su juego llenaba el Bernabéu, Manzanares, San Mamés y Nou Camp. En el equipo era necesario el pase de Germán, el toque en largo de Guedes, el corte silencioso de Tonono, la astucia de León o José Juan, el ímpetu de Castellano ... y las ganas de Gilberto.
Cruzó las islas de Occidente a Oriente para llegar a una plantilla donde había buen gusto en lo futbolístico. Perfiló su propio rol y lo acopló con precisión, porque aún sabiendo tocar el violín, el pedazo de la partitura que debía interpretar muchas veces eran unas pocas notas con trombón o timbales. La fortaleza de los equipos no se mide en la calidad aislada de cada uno de sus integrantes, sino en el encaje de un puzzle donde todos son necesarios y complementarios.
Justo Gilberto era también el futbolista diferente en el campo. En lo visual porque fue su costumbre -habitual en muchos jugadores de aquella época al no haber una reglamentación expresa- jugar con las medias bajas. Ese estilo causaba una sensación de desorden que no hacía justicia con la realidad de su juego noble, de toque refinado y justo; y de una potencia extrema, casi extraña en aquellos isleños endiablados. De alguna forma era un avanzado de su época, una ayuda extra para aquellos que necesitaban el instante de paz antes de la decisión. Pero no en él, por eso quizá también la consideración de buen rematador de cabeza o definidor como segunda opción de los delanteros. Obrero, zapador y goleador, con física y técnica: la combinación de un todo.
Todos aquellos futbolistas dejaron una estela. La de Gilberto queda marcada por la eficacia y la solidaridad. Félix Marrero pudo seguirla; Páez también. Estaba tan bien estructurada aquella UD del subcampeonato y del tercer puesto en Primera que una de las obsesiones era imitarla.
No todos nacen para ser estrellas, algunos lo eran sin parecerlo.
Manuel Borrego