Ramón Mendoza no se habría perdido por motivo alguno terrenal una luchada como la de anoche en Los Molinillos. Un paladar tan exigente como el suyo no se iba a permitir el lujo de prescindir de este mismo encuentro-final que él saboreó con intensidad en el mes de febrero y en alguna ocasión más a lo largo de esta misma campaña, tanto en Ingenio como en San José. Era adargomista, sí; le gustaba recordarlo sentado mientras observaba las agarradas. Pero de igual forma le satisfacía y admiraba a los buenos bregadores con otros uniformes, como los del Maninidra. Por eso, casi como una organización perfecta, la de este viernes era su luchada.

Su silla esta noche estaba vacía. O no: una libreta, dos bolígrafos y una imagen suya en una butaca de madera presidía la puerta de acceso a vestuarios o la entrada al terrero. Marisa e Himar, acompañados de otros familiares, estuvieron en el recinto en el acto homenaje cuyo minuto de silencio tan compacto, rematado por una ovación unánime, impresionó. Los años de generosa predisposición y de estar siempre al pie del cañón no caen en vacío. Cuando se habla de Ramón Mendoza en un terrero de lucha ya todo el mundo sabe que era aquel medio rubio ahora cabello nevado, andar característico y paciencia extrema. El que saludaba a todos, uno a uno, hasta llegar al otro lado del pabellón para encontrar un asiento. El hombre que si hacía falta cogía el micrófono o marcaba el círculo de brega. Si había una vía de agua podían contar con Ramón.

Las emociones se compartieron porque todos le conocían, no era extraño; y se le echó en falta. Fernando Hernández, delegado del club local, leyó un manifiesto de agradecimiento; González Mencara, presidente aún de la Federación Insular, hizo la ofrenda floral a sus familiares y todo empezó a funcionar con la misma mecánica. "Amigo Ramón, allá donde estés, te recordaremos", concluyó megafonía.