Ha de subrayarse en el caso de la marcha de Savané que es el jugador quien decide su salida del Gran Canaria, declinando la oferta del club. No se trata de una situación que guarde parecido a la baja de su amigo Jim Moran, cuya iniciativa correspondió a los servicios técnicos de la entidad, consultas obvias al entrenador. Ha de tenerse en cuenta este importante detalle porque la permanencia tantos años de aquellos en el vestuario del Centro Insular de Deportes ha causado impacto entre los aficionados y también erosiones colaterales tras los cambios de ciclos.

Pero el Gran Canaria ha de sobrevivir a este trauma, si lo hubiere, con la clara idea de que fabricará a sus próximos líderes, que ya podrían estar en su disciplina o aún por llegar. Ocurrió antes con otros jugadores que asumieron el mismo papel que el senegalés (Stewart o Vandiver, sin ir más lejos) y volverá a pasar porque la fortaleza de un club no se mide con el grado de apego de los aficionados a los admirados jugadores, sino en su capacidad para regenerarse o fabricar nuevos ídolos.

Al escuchar al jugador saliente exponer sus explicaciones, sin embargo, algo no acaba de encajar en el argumento. Savané expresa la absoluta confianza personal en sus propias cualidades, las mismas que el club (las decisiones de banquillo) entiende podrían pasar a estar en un segundo o tercer plano dentro de la estructura de juego de 2012-13. Entonces, ¿por qué no se acepta la oferta para revertir los preceptos previos de la pretemporada?, ¿por qué renuncia a mantenerse en el club que tanto le ha marcado?.

La de Savané, sin duda, es una decisión con absoluto cariz profesional, sabiendo discernir entre lo que el corazón le dicta y lo que la cabeza le dice. Lo mismo que ha hecho Pedro Martínez quien, con una propuesta como la del papel que otorgaría al pivot senegalés, ha dejado una vez más a las claras su independencia y juicio equilibrado. Y ese es un buen comienzo para invertir un inevitable final.