Puente aéreo Gran Canaria-Túnez
26/01/2013

Por Manuel Borrego

Ahora que España se ve otra vez en la escena final de un Mundial, disputando un título universal de balonmano, rescatamos a modo de anécdota un episodio que vivimos en la redacción de La Provincia con nuestro compañero y especialista de balonmano -hoy en responsabilidad técnica del Canteras UD- Antonio Rodríguez. Porque aquel día nos dio una lección de amor hacia un deporte y hacia la profesión; un acto que sólo podrían comprender quienes conocen a este hombre apegado y fiel a sus principios y a sus pasiones.

Hablar de un Mundial de balonmano en tiempos pretéritos era conocer -sólo por referencias- gestas y logros de grandes selecciones europeas; España, ajena siempre aunque con equipos potentes que nunca llegaron a cuajar en su máxima expresión. El Mundial de 2005 en Túnez, sin embargo, tenía algo especial. El equipo de Rafa Pastor -creo recordar compañero de promoción técnica de nuestro Antonio Rodríguez- fue a más a medida que avanzaba la competición. Antonio se sentaba ante el televisor de la Avenida Marítima dándonos explicaciones técnicas de cada jugada, de cada minuto del Mundial. Obviamente el calor ambiental se vivía incluso en una redacción de un diario generalista que mimaba el deporte.

Pero cuando España pasó aquel viernes el obstáculo de la semifinal, vino la sorpresa. En silencio, en las horas posteriores, Rodríguez se fabricó un viaje de ida y vuelta a Túnez, porque comprendió que él tenía que estar allí, en el epicentro de la noticia. Se las ingenió para que su atrevimiento no tuviera la barrera de un jefe que pusiera obstáculos económicos o laborales del fin de semana. Ante la sorpresa de todos y pese a la improvisación, logró llegar al pabellón mundialista, encontró su entrada correspondiente y saboreó por dentro el triunfo más importante en la historia de su deporte. Era su gran día y no lo iba a malgastar.

Una fuerza interior le hizo movilizar para luego contar a los lectores del diario cómo fue aquella final por dentro. Ocho años después aún nos preguntamos cuál fue el verdadero motor de su impulso: el deporte o el periodismo. Él fue uno de los pocos que allí estuvieron el primer día D, con las espaldas cubiertas por un leal equipo de profesionales y amigos que supo cubrir su vacío.

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