Juan Pedro Borrego

Tener a casi 13.600 personas animando al Gran Canaria en un pabellón como el Buesa Arena tiene una explicación muy sencilla. Como dice el dicho, "el roce hace hace el cariño", y los amarillos se han dejado rozar muchas veces, ocho ya, desde que debutaran en una fase final de la Copa del Rey, precisamente en la misma cancha. Como entonces, el tiempo no acompaña a los cálidos corazones grancanarios, nada acostumbrados a los gélidos momentos que se viven en el norte del país. Pero el amarillo le da calidez a Vitoria, inunda el pabellón y las calles alavesas y dejan KO, si se precisa a uno de los equipos ‘ricos' de la competición.

El Granca recoge en Vitoria el fruto de muchas siembras, el de estar en momentos importantes de las competiciones españolas abonando su crecimiento deportivo a base de buenas maneras. Nunca ha tenido ninguna palabra más alta que la otra, sabiendo aceptar las derrotas, incluso cuando se produjeron de manera injusta como la de 2005 en Zaragoza cuando Mitjana le negó tres tiros libres para empatar el partido con el Baskonia con el reloj prácticamente agotando el tiempo reglamentario. Sólo hubo una protesta formal de los amarillos, y un aviso con tono moderado del que entonces era su presidente, Lisandro Hernández.

Así se han ganado el respeto de los rivales, la consideración de los organizadores, y el cariño del resto de aficiones. Pero esta primera victoria en una fase final de la Copa del Rey les permite dar un paso más al frente. En eso, la filosofía sigue siendo la misma, crecer consolidando cada zancada; aunque no estaría de más que en este 2013 se recuperara alguna de las que no se puedo o dejaron dar en el pasado; y verse en la final, y ya puestos a pedir, ganándola.

Hoy, ante el Valencia, se presenta esa oportunidad de multiplicar el efecto de Martillo Pilón en la historia del Granca, y tomando esa deportiva ‘revancha' de la eliminación isleña a manos del conjunto taronja hace diez años en la edición celebrada en Valencia (81-70).