Las confesiones del insensato José Luis El Moro
14/11/2013

"No fui entrenador porque para serlo hay que mandar. Y yo, en mi vida, nunca supe obedecer (...) Fui un loco", comenta en la presentación de sus memorias

Manuel Borrego

José Luis Hernández, El Moro de la UD Las Palmas, no dejó una semilla de dudas en su exposición de media hora sobre el por qué para su obra autobiográfica eligió el título 'Memorias de un insensato'. Todo está enlazado en un historia personal que bien podría desembocar en otro de sus razonamientos: El por qué siendo futbolista profesional no forzó más tarde ser entrenador. "Porque para ser técnico de fútbol hay que saber mandar. Y yo, en mi vida, nunca supe obedecer", dijo.

Hoy, tras superar un cáncer de próstata y en estado de jubilación, confiesa que todavía "no he matado al niño que llevo dentro y por eso sigo siendo un insensato". Esa vida, que él subraya haberla desarrollado ajena a la cordura, la llevó a cuestas desde joven, pero dio un giro especial cuando "en noviembre de 1960 tomé la decisión de venirme a Gran Canaria. Fue una bendición, maravilloso; aquí sigo".

El Moro explicó su procedencia militar, mecánico de transmisiones, y el venir a la isla fue una de esas decisiones que tomaba sin razonarla en exceso. "Viajé a Canarias en el Plus Ultra, un barco que ya no existe. Tenía 45 céntimos en el bolsillo y los tiré al mar. Fue la primera vez que estuve en la ruina". Casi todo su peregrinar profesional en el fútbol se produjo también al azar. Fichó por el San Cristóbal, que "me dio seis mil pesetas y a los tres días me las había gastado en Molino de Viento" -en alusión a las casas de citas que allí fueron ya célebres en aquella época-. Pasó al Real Artesano y su fichaje por la UD Las Palmas se produjo "con un intercambio de tres equipaciones y tres balones de fútbol", recordó.

José Luis rescató entre la audiencia del CN Metropole, compuesta en su mayoría por ex compañeros de la UD Las Palmas, la hilaridad al narrar con gracejo algunos pasajes de su vida deportiva. No sin admitir que "si hubiese sido un buen profesional, que no lo fui, hubiera alcanzado metas mayores. Jesús García Panasco -secretario general de la época- me multó en muchas y merecidas ocasiones. Me he escapado de los hoteles de concentración y me han cogido muchas veces. Llegué tarde varias veces al Aeropuerto para viajar, lo hice en solitario en un taxi, ..." dibujó en torno a su propio perfil deportivo.

Tras su llegada a Gran Canaria "muy silvestre" y hacerse con un papel en la mejor UD Las Palmas de todos los tiempos, José Luis El Moro encontró sus propios obstáculos, casi siempre personificados en los técnicos. Habló de "mis altercados con Rosendo Hernández", "Ochoa estaba obsesionado con la alimentación y tenía aburrido a Germán, que quería meterse a taxista", "me duele confesarlo pero el más gandul fue Héctor Rial (q.e.p.d.)" y "el mejor, Luis Molowny. Porque era un psicólogo. Recuerdo que tuve una reyerta con Tonono en un partido en La Coruña, tras un gol. Estábamos como dos gallos en el campo. Molowny lo vio, pero luego comprobó que tras el partido había buena sintonía entre nosotros y no tomó carta en el asunto. Sabía comprender al futbolista".

Contrabandista  y vendedor en el campo de juego

El libro de El Moro, a cuya presentación asistieron en nombre de UD el presidente de honor Germán Dévora además de los consejeros Antonio de Armas y Rafael Méndez, recoge un amplio anecdotario sobre su etapa de jugador. Cuenta episodios de transporte de tabaco a la Península hasta que "fuimos descubiertos. Y toda España supo que éramos unos contrabandistas". "Pepe González, nuestro masajista, era un fenómeno esquivando los controles aeropuertarios y en las aduanas".

Mencionó la venta que él mismo realizó a Armando Ufarte, entonces jugador del Atlético de Madrid, en el transcurso de un encuentro disputado frente a la UD Las Palmas. "Le convencí mientras jugábamos para me comprara un transistor" y, también, a los propios fotógrafos de prensa: "logré colocar entre ellos unos catorce impermeables, para que se cubrieran si llovía".

Tiene claro José Luis Hernández, pasado este tiempo, que "fui futbolista por casualidad". Siempre ha seguido en la vida su propia intuición. "Nunca hago caso a consejos ajenos, porque si salen mal me cabreo más. Prefiero seguir mis propias conclusiones, que tardo cinco minutos en tormarlas. No me gusta pensar las cosas antes de hacerla. Por eso, en mis empresas me he arruinado unas siete veces y he tenido fortuna unas nueve".

"Yo fui un loco", recalcó. Hasta el punto que desveló haber pactado un reportaje periodístico vendiendo su imagen "como basurero", también como "camarero en el Waikiki o en el Parque Tropical del Sur", pero que no se llevó a cabo por un asunto personal de su hija. "No me importaba, nunca pienso mucho lo que voy a hacer".

"Era uno de esos godos jediondos"

Se le preguntó en la sala a José Luis sobre sus recuerdos artesanistas; por supuesto su respuesta tuvo un largo desvío. "Me acuerdo muy bien de los bailes que se organizaban allí los sábado. También de los del Racing. Era una época en donde las abuelas vigilaban a las nietas sentadas en la sala. Un amigo y yo", rememoró, "invitamos a bailar a dos chicas, que nos dijeron que estaban acompañadas por sus novios. Entonces varios chicos vinieron y nos retaron. Nos decían que éramos unos godos jediondos y que allí no podíamos estar. Nos fuimos retados a lacalle y allí nos dieron una paliza. Éramos dos contra siete".

Todo ello ocurría mientras era jugador de fútbol. Pero nada varió tras el deporte. "Durante veinte años estuve viajando a China, dos veces al año lo hacía. Conservo unos 500 kilos de fracasos de todo tipo: afectivos y económicos. Y otros 800 kilos de éxitos. Me he arruinado siete veces. He remontado otras nueve. Y no voy a cambiar".

Quizá por ello ahora ve la luz publicada su obra más sensata.

 

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