Por Manuel Borrego
El factor entrenador existe en todos los proyectos del deporte. No es decisivo; sí es vinculante. Esta misma semana, la memoria periodística nacional sobre la figura del desaparecido técnico Luis Aragonés ha rescatado episodios, vivencias y frases que fueron públicas sobre las andanzas del seleccionador que convirtió la furia en elegancia roja, el que transformó el padecer de un combinado que se deprimía en las batallas de cuartos de final a la felicidad del equipo que llegó a campeonar en el Prater de Viena. "Las finales hay que ganarlas, no jugarlas. De los subcampeones nadie se acuerda. Subcampeones de qué ... Eso no vale", les decía a sus internacionales para sacar lo que llevaban dentro en aquellos ya mitificados partidos de la Eurocopa. Sin duda recordaba que él mismo perdió una gran final de la Copa de Europa con el Atlético de Madrid cuando todo parecía ganado ante el Bayern de Munich. Un dolor eterno para el Pupas.
La verdad sobre el Luis Aragonés sabio y motivador nunca la conoceremos del todo. Quedará para aquellos jugadores que le tuvieron a su lado y que compartieron la intimidad de los vestuarios y concentraciones. Lo que les dijo, lo que les hizo o lo que le hicieron también los futbolistas no ve la luz. La verdadera historia de los clubes o de los equipos, la que profundiza hasta la última frontera, nunca se llega a conocer del todo porque queda para los propios protagonistas. Y mueren con ellas.
El equipo campeón de Europa de 2008 residía en la cabeza de los jugadores y el éxito del entrenador que los dirigió no fue decidir ésta o aquella alineación, definir el sistema o las jugadas de estrategia a emplear. Su verdadero valor fue meterse en el seno del colectivo, unirles y hacerles creer en el éxito. "Forman ustedes un grupo excepcional de jugadores. Si no llego a la final con este grupo es que soy un mierda y he organizado una mierda de equipo", también les dijo a aquellos futbolistas que desde hace seis años dominan el concierto futbolístico mundial.
Luis no dejaba indiferente a nadie. No se habría ganado la solidaridad de los jugadores en una frase, en un día o ante un partido. Es el fruto de la trayectoria, de un andar en línea recta, en las luces y en las sombras. La crudeza de sus palabras se convertían en una bendición para los protagonistas. El ahora amarillo Ángel López lo reconocía esta misma semana cuando le llegó a considerar como "el entrenador más justo que he conocido". Habla del hombre que le hizo debutar en la selección y también del que le descabalgó de la misma. En ambos escenarios el defensa grancanario quedó convencido de las palabras y decisiones del seleccionador Aragonés, porque el gran valor de un técnico es que todas sus actuaciones tengan el respaldo de los que salen a combatir por el equipo, por él. Y también de los que tienen un papel de reparto y quedan entre bastidores. Lo más difícil lo había logrado: ser lo más objetivo posible dentro de un mundo dominado por la subjetividad y las pasiones. Eso también es arte.
El mensaje de Luis Aragonés era claro, sencillo e inequívoco. Su mejor frase quizá sea aquella que dio a los jugadores del Atlético de Madrid después de una charla técnica extensa al límite de jugarse una final de Copa contra el eterno rival blanco. "¿Lo han entendido?, ¿Lo han entendido de verdad?. Pues esto (golpeando la pizarra) no sirve para nada. Lo que vale es que ustedes son mejores y que estoy hasta los huevos de perder con éstos, en este campo". El Atlético ganó 2-0 al Real Madrid aquel día.
"Tengo una selección, ahora me toca hacer un equipo", expresó en la ocasión en que colocaba las piezas de la España campeona. Esa misma frase, a día de hoy, también está vigente en Gran Canaria y en un proyecto de ascenso que navega incompleto.