Samaritanos condenados
15/02/2014

Por Manuel Borrego

Esta semana emergieron desde las profundidades de la historia de la UD Las Palmas varios nombres de personas que, por unas razones y otras, se vincularon al representativo. El núcleo de la noticia tiene consecuencias tremendas (condena del Tribunal Supremo a ex consejeros por la denuncia de dos empresarios avalistas) y está relacionado con aquellos episodios de hace apenas una década. Pero no queremos dejar pasar por algo cuatro de esos nombres porque a nuestro juicio, de alguna manera y siempre con un carácter samaritano, aparecieron por los despachos del palacete de Pío XII para echar una mano al club en sus momentos más delicados.

El más lejano en el tiempo es Rafael León Talavera. En los años noventa, con el equipo herido en Segunda B, ejerció primero como activista de recursos atípicos. De una hoja de papel, Rafael era capaz de sacar una peseta. Y juntó muchas; incorporó ideas que movilizaron la tesorería de un club que pagaba ya en aquella época errores de cálculo con su cantera, con los fichajes e, incluso, con su política social. Él era ajeno a todo aquello pero ... siempre activo, acudía allí donde había que pronunciar el nombre de UD Las Palmas buscando alguien que metiera el hombro en la melé para empujar hacia arriba al equipo ya convertido en sociedad anómina deportiva.

Rafael tuvo dos etapas en el club, siempre acompañado por el inseparable Paco Ortega. Colaboró, fue crítico por supuesto, pero nunca dejó de generar recursos a la entidad. Llegó a tocar incluso a las puertas de la presidencia en otro ciclo de desorientación general, cargo que no llegaría a asumir. Vivió también instantes de felicidad, de comprobar cómo todo aquel esfuerzo cobró sentido en 1996. Y aún estando fuera de los órganos de decisión de la UD Las Palmas ha intentado volver a unir cables para reconducir negociaciones que han resultado inviables.

Manuel Campos era feliz en sus tertulias radiofónicas antes de su arribo al fútbol a través de la puerta principal de Pío XII, como vicepresidente. Hombre de paz y de diálogo, aceptó una propuesta cabildicia para formar parte del grupo de consejeros que relevó la etapa de mando de Gerencia Deportiva. Si alguien necesitaba un asesoramiento bajo el signo de la calma, la voz profunda de don Manuel aparecía para serenar. La fidelidad es la palabra que mejor podría definirle: fidelidad a unos colores, a un cometido, a un compromiso, ... por eso su pulso no temblaba al firmar documentos de salvación del equipillo que aún le quita el sueño.

Ángel Marrero ingresó en UD Las Palmas en aquel ciclo donde el equipo se codeaba con los mejores del país en su última etapa, cuando había que captar a empresarios de relieve de la isla para que tuvieran presencia en un club donde los resultados deportivos no dejaban tampco espacio a la tranquilidad. Marrero se acercó mucho a las raíces de la UD Las Palmas y su nombre llegó a pronunciarse como opción a la presidencia, en una etapa en que también aceptaría iniciativas de repesca con Manuel García Navarro. Se marchó, sin duda aburrido, para no volver.

Dejamos para el último caso a Ricardo Ríos que fue, diez años atrás, un presidente que brotó desde la masa social de la UD Las Palmas. Empleado municipal, siempre era hombre que llevaba a las juntas de accionistas y a las antiguas asambleas de socios una colección de preguntas. Sus inquietudes no pasaron inadvertidas, captado para formar primero parte del grupo de gobierno del club y, más tarde, convertirse durante unos meses difíciles en presidente de la entidad. En aquella época, Las Palmas llegó a tener cuatro titulares al frente de su consejo en apenas año y ocho meses.

Verles en la escena actual, conociendo cómo fueron sus trayectorias e ideales en la entidad sexagenaria, nos produce dolor y contrariedad. Y, con independencia de que los hilos estén bien atados, creemos que algo no ha funcionado correctamente en nuestra sociedad.

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