La UD fue de nuevo un equipo reconocible; sólido en defensa y combativo, pone los cimientos para tener opciones de seguir remando en pos del ascenso
Manuel Borrego
Cuando Josico tomó el mando de la UD Las Palmas apenas tres semanas atrás debió tener clara una premisa: su margen de error era prácticamente cero en un equipo que rendía muy por debajo de sus posibilidades. Siempre habló de hacer con la plantilla actual una "fortaleza defensiva", según sus propias palabras. Eso no lo consiguió hasta este miércoles, en el momento más importante de la temporada, negando la portería de Barbosa al equipo de los 63 goles en la fase regular, el mejor ataque de toda la Segunda División. Este hecho puede observarse como una contradicción más que envuelve esta temporada porque cuanto peor se presentaba el panorama aparece el equipo, sí el conjunto, que todos reclamaban.
En apenas cuatro días el abucheo se ha convertido en ovación; la afición, todavía en 12.240 personas, se ha enganchado parcialmente a la esperanza del 'sí se puede'. Ese mérito es de los propios protagonistas que se han disfrazado esta vez como piezas encajadas en bloque competitivo, capaz de hacer lo que se le presupuestaba en su potencial. Josico, las circunstancias que han rodeado las últimas semanas, ha logrado un primer objetivo: desbloquear la mente de los jugadores y también sorprender futbolísticamente al Sporting, aprovechando ese viento de esperanza. Porque Abelardo Fernández no va a encontrar en la videoteca de la UD Las Palmas un partido que le pudiera avisar de cuanto ocurrió este miércoles, especialmente en la primera parte.
Las Palmas se sobreponía al Gijón liberando un fútbol con dos velocidades. Una más utilizada, con las combinaciones al pie o asociaciones en espacios pequeños, y otra alternativa con pases largos, diagonales y escorados a la banda. La alteración de ambas en función del juego no la esperaba el Sporting, sorprendido en la primera mitad por una UD que fabricó así jugadas para adelantarse en el partido, aunque no logró hacerlo salvo en una acción azarosa que cayó en las botas de Aranda.
El nuevo cuerpo técnico grancanario acertó en el diseño del partido, en la alineación que logró -insistimos- contener a tan cualificado rival y, sobre todo, en modificar un estilo futbolístico que no le era reconocible a su oponente y ya había olvidado la propia afición grancanaria. Si ya era bueno el empate sin goles para acudir al encuentro de vuelta, aún mejora la esperanza ese 1-0 a todas luces insuficiente porque en El Molinón, esta vez sin alianza anímica, Las Palmas tiene la verdadera reválida aunque, con una actitud así, no hay un reproche que realizar. El que queda es un partido para sacarlo adelante como equipo, haciendo que cada balón sea un tormento para el Sporting. El conjunto de Abelardo se marcha de la isla sin haber cubierto una de las condiciones que le habrían dado cierta tranquilidad para la vuelta: marcar en territorio comanche. Ahora es Las Palmas la que puede percutir hasta el último refugio moral de los asturianos.
Lo que ha conseguido como equipo este miércoles, tendrá que defenderlo como equipo el domingo. Ellos, en El Molinón; y la afición, con el aliento. La distancia esta vez no les separará.