
Manuel Borrego
Hacía tiempo, quizá desde la etapa del galo Thievy, que el Estadio de Gran Canaria no se ponía en pie para saborear una carrera tan vertical y profunda como la que protagonizó este sábado el marfileño Jean Drolé.
Fue la jugada del 2-1, culminada con maestría por Rubén Castro ante el meta racinguista Lucas. Pero todo partió por una reacción explosiva del futbolista africano debutante. Desde que miró a los ojos a Pedri en una recuperación muy cercana al área amarilla, Drolé echó a correr como alma incontrolable.
La carrera vertical de Drolé encendió al Gran Canaria. En siete segundos recorrió 70 metros, sorteando a un adversario sólo con un gesto de cintura. Dio cuatro toques al balón, siempre en dirección a portería.
El primero que se percató de que Drolé era un tren de alta velocidad fue Rubén. El isletero, de manera astuta, se alejó del carril buscando la derecha y teniendo como referencia de la línea de fuera de juego a Alexis Ruano. Drolé eligió el momento exacto para ceder el balón y ... todo lo demás fue obra del grancanario.
La jugada no tuvo final feliz por el definitivo empate, pero Drolé dejó en su estreno muchos detalles de jugador incisivo, aventurero y ambicioso. Un reflejo de su propia vida, sin duda, al ser emigrante de un país que estaba en guerra y llegar a Italia prácticamente descalzo para luchar por su porvenir. En Las Palmas de Gran Canaria ya se ha ganado una colección de simpatizantes de su causa.