Opinión
Manuel Borrego
Imaginemos que se ha cometido un delito y que la policía ha podido detener a un presunto delincuente. Lo encarcela. Imaginemos que se presenta una denuncia ante el juez y que, aunque muchos indicios señalan al culpable cazado por la autoridad, existe una prueba que no admitiría mayor debate y que confirma el posible error de la detención y de la acusación. Imaginemos que el juez instructor obvia o pasa por encima de esa prueba y condena al infractor denunciado. Imaginamos mucho, me temo.
Porque el caso Loiodice no dejará nada que sirva para alimentar que el sistema sancionador que regula su profesión funciona correctamente. Salvo sorpresa si el caso viaja hasta apelación, acabará en una casuística casi imposible de explicar a los propios jugadores y aficionados sobre un reparto de la justicia “igual para todos”.
En episodios como este uno llega a la conclusión de que el deporte o el fútbol profesional en España va al revés de la rutina diaria. El que enjuicia la causa se esfuerza más en encontrar la presunción de culpabilidad que la de inocencia. Y se agarra incluso a lo que nadie observa en tan rotunda prueba videográfica; salvo uno.
Imaginemos que el VAR no sirve para evitar incendios que en la mayoría de las ocasiones salpican a los más débiles. Lo que le queda al galo de la UD Las Palmas es ‘hacerse el sueco’, pasar en casa el mal trago y morderse la lengua. Por cierto, eso Loiodice lo hace de maravillas porque desde su llegada ha mostrado una educación y buenos modales propios para llevar a las escuelas de principiantes. Si hay niños que quieren jugar en equipos humildes como lo es la UD Las Palmas, tendrán que aprender de Enzo: un señor incluso ante la injusticia.
Imaginemos que el VAR es un instrumento perfecto que tampoco sirve para evitar chapuzas.