Manuel Borrego

Los mismos protagonistas lo han confesado. La UD Las Palmas que mantener desde el primer día todos los parámetros que la han llevado a la Primera División: Rigor defensivo y bajo nivel de goles encajados, basado todo ello en la tenencia del balón y el bolígrafo en mano para argumentar los partidos, además generosidad en el esfuerzo grupal y punta fina para que brote el talento.

García Pimienta y sus propios jugadores, los que están convencido del molde futbolístico actual, quieren mostrar en la máxima categoría lo que tanto ha ilusionado a una afición que se vuelca en el regreso a Primera, con las gradas del Estadio de Gran Canaria teñidas de amarillo.

Lejos de ser una referencia lesiva, el partido último de preparación ante el Leipzig fue una llamada a la concentración, una invitación a reflexionar sobre lo que es capaz de penalizar a un equipo que quiere no le gusta ser actor de reparto en sus partidos, sino que pretende ser el centro del foco. Las pérdidas de balón aquel día amistoso en Alemania no deben repetirse en el campeonato porque el primer visitante ya ha demostrado que tiene también argumentos propios para contener y dañar.

El primer once de la temporada también tiene aroma a un ‘decíamos ayer’. Porque, además, no todos los refuerzos contratados están ya con ritmo de crucero o de haberse acoplado al completo. Quizá Muñoz y el holandés Sinkgraven, este último por aquello de no estropear un traspaso como el de Sergi Cardona, puedan ser las caras nuevas con más posibilidades de salir en la fotografía junto a los ya clásicos actuales encabezados por Viera, Loiodice o Sandro.

Enfrente, un Mallorca también cargado con propias incógnitas, que ha desplazado hasta Gran Canaria a sus dos últimos refuerzos (Samu Costa y Sergi Darder) y que su entrenador dice que le importa poco el estilo de juego.

La fiesta comienza y los amarillos quieren que, contra rivales de mayor envergadura, la que ya han montado en el último año y media siga también en vagones de Primera.