Opinión
Manuel Borrego
En otros tiempos, los capitanes de los equipos profesionales ejercían como enlaces sindicales entre el vestuario y los dirigentes del club. Eran los encargados de escuchar y representar al colectivo en cualquier asunto, casi de cualquier índole. Sus funciones iban más allá de portar el brazalete y recibir a los colegas capitanes rivales para la foto del día. El panorama deportivo también era otro, sin agentes, comisiones e intereses económicos orbitales. Esos tiempos, en el que un beso al escudo era un acto de sinceridad, ya no se esperan.
En la UD Las Palmas se recuerda especialmente aquella etapa con Tonono y Guedes al frente del grupo; más tarde Germán y Castellano o antes Ernesto Aparicio, cuya influencia en el club grancanario fue tal que hasta el día de su adiós se le consideró como el eterno Capi del club grancanario. Y en las etapas más cercanas, la relación con el puesto y el ejercicio que hizo de él Paquito Ortiz fue tan notoria que los compañeros de la desaparecida Radio Libertad hacían un juego de palabras cariñoso con su rol denominándole el ‘Paquitán Capito’. Fue capitán en las tres categorías de su etapa, llevando al equipo con otros arraigados futbolistas desde la Segunda B a la Primera División.
Los primeros admiradores de esos profesionales eran sus propios compañeros de vestuario; porque eran las huellas de las que aprender y a las que seguir. Algún testimonio de la primera época dejó constancia en reportajes de Tinta Amarilla del arreglo de contratos mediando los capitanes por sus más jóvenes compañeros. Algunos para comprar un coche, una vivienda o para encaminar sus vidas personales. Insistimos, eran otros contextos sociales y deportivos de los que hoy no existen perspectivas.
Sin embargo, el balón y las dimensiones del campo siguen iguales que entonces. No existe un tratado oficial sobre comportamiento y funciones de los capitanes de los clubes. No solo puede ceñirse a lucir una prenda en el brazo o repetir mensajes de garrafón; obviedades en las victorias o derrotas. La capitanía es una responsabilidad y un tesoro en el expediente profesional, en la que su primera función es ejemplarizar con actos y decisiones en beneficio de lo común, que es lo verdaderamente eterno.
Y algo bueno debió tener aquel orden, que tanto se valora también en la actualidad. Porque el trabajo colectivo es lo que hacen poderosos a los clubes. Lo subrayó Patricio Viñayo, director general de gestión de la UD Las Palmas hace apenas unos días, instantes antes del partido frente al Rayo: “Nuestro lema está en el túnel del vestuario: Ninguno de nosotros es mejor que todos juntos”. Y así debe ser el rezo de por vida … Las Palmas.